Los que me conocen bien saben lo que me apasionan los cuentos y hoy me gustaría llegar a través de una pequeña historia, casi será un cuento, a todos los que por una u otra razón terminen leyendo estas líneas.
La historia de dos anillos.
Siempre adornando mi mano tengo dos anillos, los dos en el dedo corazón...
Una alianza de oro que lleva en mi mano casi 4 años. Por dentro en la parte que no se ve lleva grabado el nombre de mi marido, Enrique.
El otro es un misterio del rosario de plata.
Son el reflejo de lo que el Señor ha preparado para mí: la vida de familia, en mi hogar y en la Iglesia.
El misterio del rosario lleva en mi dedo corazón desde que tenía 11 años. Fue un regalo de mi abuela materna, había ido al Santuario del Stmo Cristo de Urda y me compró como regalo. Es, sin duda, el regalo que más he usado de todos los que me han hecho. Es el reflejo de que gracias a la educación y calor de los valores del evangelio que se vivían en mi familia pude ir creciendo poco a poco en mi fe. Con el tiempo y la madurez, pase de ir a la Eucaristía dominical por costumbre familiar que me servía para echar un ratito de charla con las amigas (sí era de las que hablaba por los codos en misa y no lo cambio) a sentirla como necesaria para mi vida, a vivirla en la compañía de mi novio y después mi marido , a disfrutarla acompañando a mis sobrinos... a desear tener que pedir a mi hija silencio cuando charle tanto como yo (aunque para eso aún nos quedan unos años).
Con el tiempo la oración que todos los días rezaba en la cama con mi padre pasó a ser algo personal, un espacio que hacía y hago mío y de Jesús con cantos (no os asustéis que los escucho porque cantar bien nos es uno de mis dones) imágenes, miradas por la ventana...
Y poco a poco fui consciente de que la suerte no lo era tanto sino que más bien era providencia, el Señor actuaba en mí y a través de mí y eso hay que dejarlo fluir y dejar que llene. La providencia me ha traído muchos regalos: mi vocación educadora, el trabajo en el Colegio San José que es mi segunda casa, el encuentro con personas maravillosas, mi vocación como esposa y madre, la posibilidad de estar en el momento y lugar preciso en muchas situaciones y la posibilidad de sentirme útil en algunas tareas y limitada en otras muchas.
Y todo eso está en el pequeño anillo de plata que llevo en mi dedo corazón.
La historia del anillo de oro, la alianza, es más sencilla (al menos a primera vista) y común. Es la típica alianza que todo el mundo llevamos cuando contraemos matrimonio... pero le pasa un poco como a las personas: todas somos iguales pero cada una tenemos algo que nos hace únicas e irrepetibles ante lo demás y ante Dios.
La llevo desde el día de mi boda. Fue un día que viví con muchísima alegría. Fue el día en que Enrique y yo le ofrecimos al Padre nuestra vida, nuestra común unión, le dijimos “Señor te queremos hoy y siempre con nosotros en nuestro hogar y ponemos en tus manos esta familia que hoy comienza”... desde ese día dejamos de ser una pareja para ser tres y ganamos en fuerza y en vida... futo de esa vida nació hace 18 meses nuestra hija Marta.
Hasta aquí la historia de estos dos anillos...bueno quizás quede un pequeño detalle que sirva como moraleja.
¿En qué dedo se suele llevar la alianza? En el anular.
En el anular estuvo mi alianza seis meses pero se perdió... la buscamos durante un fin de semana completo y no la encontrábamos en ningún sitio... para colmo habíamos viajado aquel fin de semana. A la vuelta a casa al colgar el abrigo escuché un “clin” y vi la alianza en el suelo... me estaba algo holgada y al ponerme y quitarme el abrigo debió de quedar en alguno de los pliegues de la bufanda. Para que no se perdiera la puse en mi dedo corazón debajo de el anillo de plata que me lleva acompañando desde los 11 años...
Podría haberla llevado a achicar pero no quise, verlas las dos juntas en ese dedo me recuerda que Dios está cada día en mi hogar, en mi matrimonio y en mi vida sosteniéndolo todo para que no se pierda.
Espero que entre líneas os haya transmitido mi testimonio. Gracias